De los males, el menor. Razones para el fracaso (I)
- Miguel Saludes
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De los males, el menor. Razones para el fracaso (I)
30 Nov 2024 15:04
¿Cómo pudo ganar Trump estas elecciones? ¿Por qué las perdió Kamala? El
cuestionamiento
se repetía entre quienes no terminaban de asimilar la razón de un desenlace que no pocos avizoraban, aunque fuera apretado, en favor de la candidata demócrata. Los resultados han sido desconcertantes para sus partidarios que no se explican la derrota ante una contienda que para ellos apuntaba concluir en positivo. No tuvieron en cuenta que esas expectativas estaban lastradas por los bajos niveles de popularidad de la vicepresidenta, muy inferiores a los del presidente, así como por su protagonismo opaco, la mayoría de las veces nulo, durante el ejercicio del cargo. La respuesta ante el cuestionamiento hecho por una periodista sobre lo que ella hubiera hecho diferente a Biden, reflejó su carencia de propuestas y la falta de preparación para enfrentar al huracán electoral protagonizado por el rival republicano. Aquel “no se me ocurre nada” pronunciado por Kamala, con tantas opciones para establecer parámetros de actuación diferentes en un gobierno bajo su liderazgo, debió poner sobre la pista a quienes habían apostado todo por su carrera.
Que la campaña demócrata erigiera su programa electoral sobre la base de tres cuestiones consideradas prioritarias- aborto, derechos de género y legalización de la marihuana recreativa, por encima de asuntos que afectan el nivel de vida del ciudadano común (rentas, precios, gasolina, empleos), bastaría para comprender el fenómeno de la barrida roja reflejada en los mapas electorales. El senador Bernie Sanders lo expuso claro y directo al atribuir la causa de la derrota al abandono de la clase trabajadora. "No debería ser una gran sorpresa que un partido demócrata que ha abandonado a la gente de la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora le ha abandonado", dijo Sanders. Alejamiento que tuvo como contraste el compromiso y la conexión de la nave azul con élites de poder que aprecian sus intereses, privilegios y objetivos, por encima de las aspiraciones reales de los componentes de ese crisol social de la Norteamérica profunda donde convergen razas, culturas, religiones y clases sociales diferentes en una fusión de blancos, afroamericanos, hispanos, indígenas, emigrantes, obreros, granjeros y trabajadores, pobres o de clase media, cuyas necesidades parecen ignorar las castas minoritarias.
El abandono al que hizo referencia Sanders condujo al incremento del voto negro e hispano a favor de Donald Trump, con el apoyo del 20 ciento de los votantes afro estadounidenses, según encuestas preliminares al 5 de noviembre. Porcentaje que quedó por debajo de los resultados el día de las elecciones y que ha tratado de acusarse a enfoques de género, particularmente entre el electorado masculino. La realidad expone que las políticas de la administración Biden-Harris no contribuyeron a mejorar las condiciones de vida de este grupo social, tanto en términos económicos como de seguridad. La situación en Chicago o New York, considerados bastiones demócratas, ilustra la insatisfacción de la población humilde ante las dificultades para encontrar empleos de calidad, el aumento de la inseguridad y el encarecimiento del nivel de vida. Lo exponía en octubre un reportaje publicado en el diario El Universal a través del testimonio de un obrero de Atlanta que reconoció haber cambiado su apoyo a Trump a pesar de ser votante de los demócratas toda su vida. DeShawn Miller decidió el cambio al constatar que su situación no había mejorado con la administración Biden. “Trump puede ser rudo, pero al menos con él vi un poco más de dinero en mi bolsillo", manifestaba. Sencilla conclusión que contrasta con la declaración adulona de veintitrés economistas galardonados con el Premio Nobel en apoyo al plan económico de la candidata presidencial demócrata, al que apreciaban “vastamente superior” al ofrecido por Donald Trump.
Durante la contienda presidencial saltaron muchos pasos erróneos, algunos de carácter grave, en la brega por ganar el favor de los votantes. Primero acusar de misóginos a los hombres afroamericanos, mostrando que su renuencia a votar por Harris se basaba en el rechazo a la candidatura presidencial de una mujer, sin tener en cuenta la problemática que ellos enfrentan como ciudadanos. A esto siguió la polémica promesa de legalizar la marihuana recreativa para ganar la atención del voto negro. Lo expuso sin rodeos Kamala Harris durante una estancia promocional por Michigan, asegurando que trabajaría en legalizar la marihuana recreativa, en un intento por movilizar a los hombres afroamericanos que “están, en algunos casos, inclinándose hacia el expresidente Donald Trump”. El gesto de atraer con droga legalizada el favor de ese grupo de votantes, desde mi punto de vista, imprimió marcado sabor racista en la propuesta, al dejar entrever que la principal preocupación del colectivo al que iba dirigida la oferta era obtener como derecho el uso legal de un estupefaciente. Idea que se presentaba además como contrapartida a la proliferación del fentanilo y otros narcóticos, obviando que la marihuana, lejos de ser solución al problema puede ser parte de este, como vía primaria de acceso a males mayores, incluyendo la llamada “droga de los pobres”. Peor aún fue argumentar que las ganancias de esa legitimación redundarían en beneficio de la educación y la policía, un equivalente a decir que enseñanza y autoridad recibirían recursos financieros generados por un comercio tan deleznable como el de la adicción a una droga, otorgada como promesa electoral a determinado grupo racial de la población norteamericana. Asunto sugerente, además de preocupante, a la luz de lo que sucede en otros puntos del planeta, como ocurre en Canadá o en los Países Bajos. En el vecino del Norte su gobierno pretendía legalizar la droga “dura” en la Columbia Británica, a saber, por qué motivos, mientras que en la nación europea se busca contrarrestar el avance de la llamada Mocro Maffia que controla el narcotráfico dando paso libre al consumo de la cocaína. Una coincidencia de esfuerzos políticos tendientes a un mismo fin a ambas orillas del Atlántico. Aspecto curioso que deja lugar a la suspicacia.
Enmiendas por el derecho a la marihuana y al aborto, la reparación histórica de los daños provocados por la esclavitud (un disparate desde todos los puntos de vista que nunca conseguiría corregir el horror que significó la trata de esclavos y que traería mayores daños sociológicos y nuevas divisiones entre la sociedad norteamericana) o la promesa de lanzar planes de estudio sobre la afectación que sufre el hombre afroamericano debido al cáncer de próstata y a la diabetes, dejaron fuera de óptica situaciones más urgentes, relativas muchas de ellas a las dolencias que se planea investigar. Todo conectado a la problemática social sobrecargada por economías precarias, alimentación insana y el consumo de bebidas prodigas en contenidos que contribuyen al aumento de enfermedades con el agravante que supone el acceso a seguros médicos necesarios para poder sufragar el alto coste de los medicamentos necesarios para combatir esos padecimientos. Y aunque se votó a favor del aborto y la marihuana en sitios como la Florida , el resultado fue contradictorio desde el objetivo electoral que buscaban esas propuestas. Para la articulista de The New York Times, Jill Filipovic , resultó incompresible constatar que tanto Donald Trump como el aborto recibieran el asentimiento en estados donde se dirimía la aprobación de la enmienda. El dato se muestra con el ejemplo de Arizona, donde las encuestas a pie de urna daban que más del 60 por ciento de las mujeres votaron por consagrar la propuesta abortista, mientras que solo alrededor del 50 por ciento lo hicieron en apoyo a Kamala Harris. Algo que se verificó en todos los grupos demográficos. Para Filipovic, como ocurre con muchos analistas del partido perdedor y sus seguidores enfundados en la actitud de encontrar explicación al desastre que ellos mismos crearon, estos datos se entienden por “el tipo de hombres y mujeres que respaldan al republicano ganador”. Y aquí entra a jugar su papel la otra parte de los traspiés que han llevado a la nominación Harris- Walz a la caída estrepitosa. Se trata de las ofensas hacia el contrincante y los que decidieron no apoyar la fórmula liberal. Si contraproducentes fueron las regañinas contra los votantes díscolos, peor aún fueron los juicios empleados para descalificar al oponente y su equipo. El expresidente Obama llegó a establecer un paralelo desenfocado entre Trump y Fidel Castro sobre la oratoria del expresidente. "Con Trump, lo que tenemos son mensajes en X, todos en mayúsculas, diatribas y desvaríos sobre descabelladas teorías conspirativas, discursos interminables, una ensalada de palabras... Es como Fidel Castro, hablando sin parar",
La política de la ofensa y el descrédito, dirigida hacia el candidato republicano junto a los componentes de su equipo y a sus simpatizantes, incluyendo a aquellos que simplemente manifestaron coincidencias empáticas con el expresidente, sin que se definieran abiertos a votarle, consistió en una andanada que recurrió a diversidad de términos. Desde racistas, misóginos, raros, desinformados, fóbicos y antiinmigrantes hasta la inclusión de terminologías extremas, como basuras, ultras, fascistas y otras del estilo, siendo la más descomedida de las agresiones verbales aquella que hiciera Harris comparando a su rival con Adolfo Hitler. Una salida disparatada que obligaría a explicar como la presidencia de Estados Unidos vaya a ser traspasada de manera cívica a un personaje del que se ha afirmado tamaño despropósito. Fue tanto el desacierto, que el alcalde de Nueva York, el demócrata Eric Adams , contravino públicamente el calificativo utilizado. Por su parte Barack Obama increpó a los votantes afroamericanos afeándoles de machistas por su renuencia a votar a la candidata femenina. Otros fueron más lejos en sus opiniones para explicitar la razón de que a Trump le “ fuera tan bien con los votantes negros e hispanos ”. Nate Cohn resume esas consideraciones para ilustrar el fenómeno en un artículo publicado por The New York Times, donde se subraya la indiferencia e indolencia de los integrantes de esos grupos ante el contenido racista de los mensajes subliminales trumpistas, al que aceptan asumiendo que el crecimiento de la inseguridad por el auge de la delincuencia sea consecuencia de las oleadas migratorias ilegales. No obstante, el periodista termina reconociendo la capacidad comunicativa del presidente, quien, “a pesar de la distancia en edad, lenguaje y gestos, es capaz de ganar la atención y seguimiento de jóvenes votantes de cualquier grupo étnico”. Una cualidad que Trump demostró al aglutinar simpatizantes de comunidades árabes, judías y amish, logrando una excepción histórica cuando los miembros de ese último grupo comunitario votaron por primera vez para hacerlo en favor del republicano. Un hecho que más que de los defectos de Trump, muestra las insuficiencias y fallas en el ala demócrata.
Otros artículos se adentraron en el análisis de los resultados y la mala gestión del mando demócrata en su proyección electoral. Destaca el de Bret Stephens en The New York Times, donde el autor no solo queda en la crítica hacia el mecanismo de las ofensas gratuitas y contraproducentes dirigidas al bando republicano por sus rivales, sino que se detiene en los aspectos que resultaron cruciales en la victoria de Donald Trump. La política manipulativa, la prepotencia, el optimismo excesivo o la fidelidad selectiva son actitudes que destaca el articulista en un reproche desde el que aún seguía considerando posible la apuesta por una Harris ganadora frente a un apurado Trump pisándole los talones y la posibilidad de un liberalismo futuro que no desanime a tanta gente común. Deseo expreso que posiblemente tendrá que esperar un buen tiempo de acuerdo con lo verificado en las urnas. De nada valió presentar a Trump como una anomalía que no representa Estados Unidos, empeñarse en sobredimensionar su imagen de adultero (un tema escabroso recordando lo que ocurrió hace unos años en la misma Oficina Oval) o destacar la condición de presidiario convicto felón. Todo esto quedó lejos de las consideraciones de millones que están hartos de divisiones internas alimentadas por intereses bipartidistas, así como el soporte constante de guerras en el extranjero, inmigración descontrolada y de la corrección política impuestas por agendas sombrías
La ofensiva contó con amplia cobertura mediática. Numerosos artículos de opinión y titulares se volcaron a contrarrestar el efecto Trump, repitiendo de forma machacona las numerosas causas judiciales, incluidas la de abusos sexuales atribuidos al candidato presidencial. Esto con el trasfondo de un atentado fallido y otros supuestos oportunamente neutralizados. Un conjunto que tuvo como resultado que el rechazo buscado se trocara en simpatía solidaria de quienes apreciaron en el despliegue inusitado contra Trump el amañamiento de la maquinaria política para evitar la concreción de la candidatura indeseada. Un esfuerzo que fue visto por muchos desde las perspectivas de un sistema que puede tornarse implacable contra cualquiera que signifique un estorbo, llevando a establecer la equivalencia comparativa de si esto hacen contra Trump qué no harán con los que carezcan de su poder económico y político. Los ataques no han sido una exclusiva para Trump. También se ha enfilado, tal vez con mayor saña, contra John F. Kennedy Jr. y Tulsi Gabbard. La intensión presidencialista del primero, dispuesto a competir por la Casa Blanca desde las filas de su partido -candidatura que hubiera respaldado sin titubear el que esto escribe- evidentemente no encajaba en el plan continuista al que aspiraba la cúpula demócrata. Ni siquiera le dieron espacio en el debate televisado en una especie de bloqueo que terminó con su pretensión, haciendo que tomara la opción independiente. Una salida que lejos de restar votos al antagonista republicano, trajo consecuencias negativas para los del partido azul, divididos entre seguir apoyando a un Biden con poca capacidad para gobernar, aunque afirmaran lo contrario, o apostarlo todo a la vicepresidenta, cuya figura fue exaltada frente a la un disidente Kennedy con mayores dotes de liderazgo, discurso aterrizado y propuestas atractivas, algunas bastante osadas. Una realidad que no quieren reconocer y trata de ser remendada mediante mea culpas cargados al propio presidente Biden, al que después de presentar con insistencia como fiable y capacitado, los mismos que se atrincheraron en apoyo a su reelección terminaron por darle el esquinazo en una maniobra poco ética, para finalmente culparle de la derrota al no apartarse a tiempo.
No regatearon esfuerzos medios y personeros, buscando deméritos y defectos para escarnio de estos actores incomodos que han irrumpido en la escena política en detrimento de sus planes. Publican el horror de Kennedy serruchando la cabeza de una ballena (el político es abogado ambientalista), descubren que el multimillonario Elon Musk trabajó ilegalmente en el país en sus inicios de carrera o que tuvo contactos con Putin en tiempos pretéritos y por tanto debe ser investigado. Algo parecido ocurre con Gabbard a la que acusan de ser cercana a Moscú o Damasco, todo porque la excongresista asumió la postura del diálogo directo como manera de enfrentar crisis y desacuerdos. Señalamientos y arremetidas que aparecen de manera oportunista en ese pantanal en el que se sumergen tantos, a los que Trump ha llegado a comparar en peligrosidad con enemigos externos de la talla de Kim Jong-un. Un comentario que puede sonar fuerte, pero que no anda desencaminado cuando empiezan a aflorar muchos detalles que para algunos no resultan sorpresivos, como las declaraciones de Mark Zuckerberg reconociendo que cedió a las presiones del gobierno de Biden para censurar contenidos en Facebook e Instagram. Algo que ocurre en otras plataformas como You Tube y que denota el punto en el que se encuentran libertades y derechos en el baluarte de los valores democráticos donde soplan esos vientos adversos que se levantan contra los gobiernos demócratas del mundo, y a los que Norteamérica no es inmune, tal como refiere Barack Obama en una de sus intervenciones para alertar sobre los peligros que se ciernen sobre la democracia con el retorno de Donald Trump, pero que ya estaban soplando con fuerza bajo el mandato de Biden.
Que la campaña demócrata erigiera su programa electoral sobre la base de tres cuestiones consideradas prioritarias- aborto, derechos de género y legalización de la marihuana recreativa, por encima de asuntos que afectan el nivel de vida del ciudadano común (rentas, precios, gasolina, empleos), bastaría para comprender el fenómeno de la barrida roja reflejada en los mapas electorales. El senador Bernie Sanders lo expuso claro y directo al atribuir la causa de la derrota al abandono de la clase trabajadora. "No debería ser una gran sorpresa que un partido demócrata que ha abandonado a la gente de la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora le ha abandonado", dijo Sanders. Alejamiento que tuvo como contraste el compromiso y la conexión de la nave azul con élites de poder que aprecian sus intereses, privilegios y objetivos, por encima de las aspiraciones reales de los componentes de ese crisol social de la Norteamérica profunda donde convergen razas, culturas, religiones y clases sociales diferentes en una fusión de blancos, afroamericanos, hispanos, indígenas, emigrantes, obreros, granjeros y trabajadores, pobres o de clase media, cuyas necesidades parecen ignorar las castas minoritarias.
El abandono al que hizo referencia Sanders condujo al incremento del voto negro e hispano a favor de Donald Trump, con el apoyo del 20 ciento de los votantes afro estadounidenses, según encuestas preliminares al 5 de noviembre. Porcentaje que quedó por debajo de los resultados el día de las elecciones y que ha tratado de acusarse a enfoques de género, particularmente entre el electorado masculino. La realidad expone que las políticas de la administración Biden-Harris no contribuyeron a mejorar las condiciones de vida de este grupo social, tanto en términos económicos como de seguridad. La situación en Chicago o New York, considerados bastiones demócratas, ilustra la insatisfacción de la población humilde ante las dificultades para encontrar empleos de calidad, el aumento de la inseguridad y el encarecimiento del nivel de vida. Lo exponía en octubre un reportaje publicado en el diario El Universal a través del testimonio de un obrero de Atlanta que reconoció haber cambiado su apoyo a Trump a pesar de ser votante de los demócratas toda su vida. DeShawn Miller decidió el cambio al constatar que su situación no había mejorado con la administración Biden. “Trump puede ser rudo, pero al menos con él vi un poco más de dinero en mi bolsillo", manifestaba. Sencilla conclusión que contrasta con la declaración adulona de veintitrés economistas galardonados con el Premio Nobel en apoyo al plan económico de la candidata presidencial demócrata, al que apreciaban “vastamente superior” al ofrecido por Donald Trump.
Durante la contienda presidencial saltaron muchos pasos erróneos, algunos de carácter grave, en la brega por ganar el favor de los votantes. Primero acusar de misóginos a los hombres afroamericanos, mostrando que su renuencia a votar por Harris se basaba en el rechazo a la candidatura presidencial de una mujer, sin tener en cuenta la problemática que ellos enfrentan como ciudadanos. A esto siguió la polémica promesa de legalizar la marihuana recreativa para ganar la atención del voto negro. Lo expuso sin rodeos Kamala Harris durante una estancia promocional por Michigan, asegurando que trabajaría en legalizar la marihuana recreativa, en un intento por movilizar a los hombres afroamericanos que “están, en algunos casos, inclinándose hacia el expresidente Donald Trump”. El gesto de atraer con droga legalizada el favor de ese grupo de votantes, desde mi punto de vista, imprimió marcado sabor racista en la propuesta, al dejar entrever que la principal preocupación del colectivo al que iba dirigida la oferta era obtener como derecho el uso legal de un estupefaciente. Idea que se presentaba además como contrapartida a la proliferación del fentanilo y otros narcóticos, obviando que la marihuana, lejos de ser solución al problema puede ser parte de este, como vía primaria de acceso a males mayores, incluyendo la llamada “droga de los pobres”. Peor aún fue argumentar que las ganancias de esa legitimación redundarían en beneficio de la educación y la policía, un equivalente a decir que enseñanza y autoridad recibirían recursos financieros generados por un comercio tan deleznable como el de la adicción a una droga, otorgada como promesa electoral a determinado grupo racial de la población norteamericana. Asunto sugerente, además de preocupante, a la luz de lo que sucede en otros puntos del planeta, como ocurre en Canadá o en los Países Bajos. En el vecino del Norte su gobierno pretendía legalizar la droga “dura” en la Columbia Británica, a saber, por qué motivos, mientras que en la nación europea se busca contrarrestar el avance de la llamada Mocro Maffia que controla el narcotráfico dando paso libre al consumo de la cocaína. Una coincidencia de esfuerzos políticos tendientes a un mismo fin a ambas orillas del Atlántico. Aspecto curioso que deja lugar a la suspicacia.
Enmiendas por el derecho a la marihuana y al aborto, la reparación histórica de los daños provocados por la esclavitud (un disparate desde todos los puntos de vista que nunca conseguiría corregir el horror que significó la trata de esclavos y que traería mayores daños sociológicos y nuevas divisiones entre la sociedad norteamericana) o la promesa de lanzar planes de estudio sobre la afectación que sufre el hombre afroamericano debido al cáncer de próstata y a la diabetes, dejaron fuera de óptica situaciones más urgentes, relativas muchas de ellas a las dolencias que se planea investigar. Todo conectado a la problemática social sobrecargada por economías precarias, alimentación insana y el consumo de bebidas prodigas en contenidos que contribuyen al aumento de enfermedades con el agravante que supone el acceso a seguros médicos necesarios para poder sufragar el alto coste de los medicamentos necesarios para combatir esos padecimientos. Y aunque se votó a favor del aborto y la marihuana en sitios como la Florida , el resultado fue contradictorio desde el objetivo electoral que buscaban esas propuestas. Para la articulista de The New York Times, Jill Filipovic , resultó incompresible constatar que tanto Donald Trump como el aborto recibieran el asentimiento en estados donde se dirimía la aprobación de la enmienda. El dato se muestra con el ejemplo de Arizona, donde las encuestas a pie de urna daban que más del 60 por ciento de las mujeres votaron por consagrar la propuesta abortista, mientras que solo alrededor del 50 por ciento lo hicieron en apoyo a Kamala Harris. Algo que se verificó en todos los grupos demográficos. Para Filipovic, como ocurre con muchos analistas del partido perdedor y sus seguidores enfundados en la actitud de encontrar explicación al desastre que ellos mismos crearon, estos datos se entienden por “el tipo de hombres y mujeres que respaldan al republicano ganador”. Y aquí entra a jugar su papel la otra parte de los traspiés que han llevado a la nominación Harris- Walz a la caída estrepitosa. Se trata de las ofensas hacia el contrincante y los que decidieron no apoyar la fórmula liberal. Si contraproducentes fueron las regañinas contra los votantes díscolos, peor aún fueron los juicios empleados para descalificar al oponente y su equipo. El expresidente Obama llegó a establecer un paralelo desenfocado entre Trump y Fidel Castro sobre la oratoria del expresidente. "Con Trump, lo que tenemos son mensajes en X, todos en mayúsculas, diatribas y desvaríos sobre descabelladas teorías conspirativas, discursos interminables, una ensalada de palabras... Es como Fidel Castro, hablando sin parar",
La política de la ofensa y el descrédito, dirigida hacia el candidato republicano junto a los componentes de su equipo y a sus simpatizantes, incluyendo a aquellos que simplemente manifestaron coincidencias empáticas con el expresidente, sin que se definieran abiertos a votarle, consistió en una andanada que recurrió a diversidad de términos. Desde racistas, misóginos, raros, desinformados, fóbicos y antiinmigrantes hasta la inclusión de terminologías extremas, como basuras, ultras, fascistas y otras del estilo, siendo la más descomedida de las agresiones verbales aquella que hiciera Harris comparando a su rival con Adolfo Hitler. Una salida disparatada que obligaría a explicar como la presidencia de Estados Unidos vaya a ser traspasada de manera cívica a un personaje del que se ha afirmado tamaño despropósito. Fue tanto el desacierto, que el alcalde de Nueva York, el demócrata Eric Adams , contravino públicamente el calificativo utilizado. Por su parte Barack Obama increpó a los votantes afroamericanos afeándoles de machistas por su renuencia a votar a la candidata femenina. Otros fueron más lejos en sus opiniones para explicitar la razón de que a Trump le “ fuera tan bien con los votantes negros e hispanos ”. Nate Cohn resume esas consideraciones para ilustrar el fenómeno en un artículo publicado por The New York Times, donde se subraya la indiferencia e indolencia de los integrantes de esos grupos ante el contenido racista de los mensajes subliminales trumpistas, al que aceptan asumiendo que el crecimiento de la inseguridad por el auge de la delincuencia sea consecuencia de las oleadas migratorias ilegales. No obstante, el periodista termina reconociendo la capacidad comunicativa del presidente, quien, “a pesar de la distancia en edad, lenguaje y gestos, es capaz de ganar la atención y seguimiento de jóvenes votantes de cualquier grupo étnico”. Una cualidad que Trump demostró al aglutinar simpatizantes de comunidades árabes, judías y amish, logrando una excepción histórica cuando los miembros de ese último grupo comunitario votaron por primera vez para hacerlo en favor del republicano. Un hecho que más que de los defectos de Trump, muestra las insuficiencias y fallas en el ala demócrata.
Otros artículos se adentraron en el análisis de los resultados y la mala gestión del mando demócrata en su proyección electoral. Destaca el de Bret Stephens en The New York Times, donde el autor no solo queda en la crítica hacia el mecanismo de las ofensas gratuitas y contraproducentes dirigidas al bando republicano por sus rivales, sino que se detiene en los aspectos que resultaron cruciales en la victoria de Donald Trump. La política manipulativa, la prepotencia, el optimismo excesivo o la fidelidad selectiva son actitudes que destaca el articulista en un reproche desde el que aún seguía considerando posible la apuesta por una Harris ganadora frente a un apurado Trump pisándole los talones y la posibilidad de un liberalismo futuro que no desanime a tanta gente común. Deseo expreso que posiblemente tendrá que esperar un buen tiempo de acuerdo con lo verificado en las urnas. De nada valió presentar a Trump como una anomalía que no representa Estados Unidos, empeñarse en sobredimensionar su imagen de adultero (un tema escabroso recordando lo que ocurrió hace unos años en la misma Oficina Oval) o destacar la condición de presidiario convicto felón. Todo esto quedó lejos de las consideraciones de millones que están hartos de divisiones internas alimentadas por intereses bipartidistas, así como el soporte constante de guerras en el extranjero, inmigración descontrolada y de la corrección política impuestas por agendas sombrías
La ofensiva contó con amplia cobertura mediática. Numerosos artículos de opinión y titulares se volcaron a contrarrestar el efecto Trump, repitiendo de forma machacona las numerosas causas judiciales, incluidas la de abusos sexuales atribuidos al candidato presidencial. Esto con el trasfondo de un atentado fallido y otros supuestos oportunamente neutralizados. Un conjunto que tuvo como resultado que el rechazo buscado se trocara en simpatía solidaria de quienes apreciaron en el despliegue inusitado contra Trump el amañamiento de la maquinaria política para evitar la concreción de la candidatura indeseada. Un esfuerzo que fue visto por muchos desde las perspectivas de un sistema que puede tornarse implacable contra cualquiera que signifique un estorbo, llevando a establecer la equivalencia comparativa de si esto hacen contra Trump qué no harán con los que carezcan de su poder económico y político. Los ataques no han sido una exclusiva para Trump. También se ha enfilado, tal vez con mayor saña, contra John F. Kennedy Jr. y Tulsi Gabbard. La intensión presidencialista del primero, dispuesto a competir por la Casa Blanca desde las filas de su partido -candidatura que hubiera respaldado sin titubear el que esto escribe- evidentemente no encajaba en el plan continuista al que aspiraba la cúpula demócrata. Ni siquiera le dieron espacio en el debate televisado en una especie de bloqueo que terminó con su pretensión, haciendo que tomara la opción independiente. Una salida que lejos de restar votos al antagonista republicano, trajo consecuencias negativas para los del partido azul, divididos entre seguir apoyando a un Biden con poca capacidad para gobernar, aunque afirmaran lo contrario, o apostarlo todo a la vicepresidenta, cuya figura fue exaltada frente a la un disidente Kennedy con mayores dotes de liderazgo, discurso aterrizado y propuestas atractivas, algunas bastante osadas. Una realidad que no quieren reconocer y trata de ser remendada mediante mea culpas cargados al propio presidente Biden, al que después de presentar con insistencia como fiable y capacitado, los mismos que se atrincheraron en apoyo a su reelección terminaron por darle el esquinazo en una maniobra poco ética, para finalmente culparle de la derrota al no apartarse a tiempo.
No regatearon esfuerzos medios y personeros, buscando deméritos y defectos para escarnio de estos actores incomodos que han irrumpido en la escena política en detrimento de sus planes. Publican el horror de Kennedy serruchando la cabeza de una ballena (el político es abogado ambientalista), descubren que el multimillonario Elon Musk trabajó ilegalmente en el país en sus inicios de carrera o que tuvo contactos con Putin en tiempos pretéritos y por tanto debe ser investigado. Algo parecido ocurre con Gabbard a la que acusan de ser cercana a Moscú o Damasco, todo porque la excongresista asumió la postura del diálogo directo como manera de enfrentar crisis y desacuerdos. Señalamientos y arremetidas que aparecen de manera oportunista en ese pantanal en el que se sumergen tantos, a los que Trump ha llegado a comparar en peligrosidad con enemigos externos de la talla de Kim Jong-un. Un comentario que puede sonar fuerte, pero que no anda desencaminado cuando empiezan a aflorar muchos detalles que para algunos no resultan sorpresivos, como las declaraciones de Mark Zuckerberg reconociendo que cedió a las presiones del gobierno de Biden para censurar contenidos en Facebook e Instagram. Algo que ocurre en otras plataformas como You Tube y que denota el punto en el que se encuentran libertades y derechos en el baluarte de los valores democráticos donde soplan esos vientos adversos que se levantan contra los gobiernos demócratas del mundo, y a los que Norteamérica no es inmune, tal como refiere Barack Obama en una de sus intervenciones para alertar sobre los peligros que se ciernen sobre la democracia con el retorno de Donald Trump, pero que ya estaban soplando con fuerza bajo el mandato de Biden.
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