Retomo mi conversación contigo, amigo Ernesto, y aprovecho para comentar sobre algunos de los siempre sabios comentarios del amigo Gerardo, ya “pari pasu’, como los bonistas, aunque nunca me sentí en desventaja.
Cada quien es libre de hacer las cosas como entiende que deben hacerse, y guiarse al hacerlas por aquello que le diga su conciencia. Me parece muy válida y valiosa, por ejemplo, tu decisión de “explicitarte” de la manera que lo has hecho, y también me parece muy justo y noble el proceder del amigo Gerardo cuando explica cuales son las condiciones que el requiere para comenzar o entablar un diálogo con ciertas personas. En ambos casos, estoy absolutamente seguro de que ambas decisiones son las que la conciencia de cada uno de ustedes les dice que deben tomar.
Pero me parece que, después de cierta edad, cada uno de nosotros renuncia a un pedacito de eso que significa ser libre si se deja intimidar por otras personas, sean ellas mayores o menores que uno mismo, que pretenden imponerle desde aquello que uno tiene que “explicitar” hasta cual es la secuencia en la cual deben producirse esas “explicitaciones”. El precio a pagar si uno no se aviene a las “sugerencias” de esas personas que se auto adjudican esa función de celadores, es que a uno se lo llame o defina como esto o lo otro, y se invite a los demás a verlo como lo que uno no es, con consecuencias a veces serias para la prosperidad del “rebelde”. He dicho varias veces que a mi no me importa absolutamente nada que los celadores me llamen como quieran llamarme. Me parecen TAN infantiles ese tipo de actitudes que no merecen que uno les preste atención siquiera, y por eso las ignoro, aun a riesgo de ciertas consecuencias.
Pero no me quiero salir del tema central que hemos estado discutiendo, que es, como casi siempre, Cuba, y el diálogo entre cubanos. Creo que estaría de acuerdo con lo que dices, amigo Ernesto, en cuanto a que el dialogo por el dialogo mismo no lleva a nada, si existiera ese “animal”; sólo que no creo que exista. Exigir “pruebas” anticipadas de que el diálogo al que uno decide incorporarse llevarà a algún resultado positivo, o dejar de perseguir ese diàlogo porque la otra parte se niega a mantenerlo, no son buenas razones, en mi opinión, para desistir del dialogo.
Estoy de acuerdo con el amigo Gerardo en que el diàlogo no solo tiene efectos entre las partes, sino entre quienes siguen sus incidencias. Yo no les puedo decir si ese “dialogo” que entablé en Ecuador llevarà a algo significativo e importante, pero me sorprendería que eso ocurriera, como me sorprendió la disposición hacia el dialogo de la otra parte -en ningun momento se negò a escuchar mis argumentos-, porque yo no soy nadie ni me creo importante como pudieran creerse quienes trabajan o tienen el respaldo de diversos Institutos para esto o lo otro, Centros de Estudios de esto a aquello, o Foros promotores de esto o lo otro. Ni les puedo contar gran cosa sobre el suceso porque es mucho lo que primero debo digerir y procesar.
Pero lo que si les puedo contar es que mi intercambio “principal” tuvo lugar ante cerca 300 personas, dos terceras partes ecuatorianos y el tercio restante de 16 otros países de América –incluida España, que para mi es parte de América. Después de que mi compatriota –que lo es y así lo siento yo- hizo su presentación, yo pedí la palabra y no me puse en “pendenciero” respondiéndole con “pendencierìas” como decirle al auditorio que “en Cuba no hay derecho” (POR QUE SI LO HAY!, aunque no nos gusten a muchos muchas de sus facetas), sino que, apelando a mi limitado conocimiento del derecho cubano, le hice un par de preguntas sobre lo que yo interpretaba eran los mas significativos cambios (pocos) introducidos por la nueva ley de la inversión extranjera en Cuba, que se parece mucho a la anterior.
Mi compatriota no tuvo reparo alguno en responder a mis preguntas, que fueron varias mas, porque el coordinador de la conferencia, cada vez que yo levantaba la mano para hacer otra pregunta o “follow-up”, me daba la palabra.
Tan pronto terminó de hablar, me acerqué al podio y le estreché la mano, diciéndole que aun cuando no compartíamos muchos puntos de vista (lo que había quedado patente), yo respetaba los puntos de vista de él, que es lo mismo que le diría a cualquier participante en estos foros participativos.
Pero mientras nos saludábamos, estoy seguro que mi compatriota quedó tan sorprendido como yo por el nùmero de personas que se nos acercaron para felicitarnos a los dos por haber sostenido, de la forma en que lo hicimos, el “diálogo” que habían presenciado -pienso que, mas que nada, porque ni él ni yo insistimos en presentarnos y proyectarnos como enemigos. Alguna entre mis mas viejas y queridas amistades en el Ecuador (en ese grupo la mayoria es decididamente anti-correista) me dijo al oido "viniste con el hacha" (!!??). Supongo que porque mi dificultad a la hora de limar mis asperezas y mi agresividad para poder reflejar mejor mis verdaderas intenciones persiste a 2,800 metros sobre el nivel del mar. Aunque también puede deberse a que cada quien oye lo que quiere oir (que, los liberales de hoy en dia, los mal llamados neoliberales, han convertido en un "el que tenga piernas, que corra").
De nuevo, no sé, ni creo, que esto lleve a ningún resultado que el que les he descrito, pero para mi valió la pena (y el dolor espaldas del viaje).
Tienes razòn, amigo Gerardo, en que debemos disculparnos con don César por haber, en cierta forma, secuestrado el espacio al pie de su columna (aunque mi comentario original se referia claramente, creo, a ella) que ademàs de bien escrita tiene el valor agregado de ser breve y concisa. Pero no creo que se haya sentido molesto, porque todavìa no he conocido a un español que no sea tan apasionado con respecto a la isla de Cuba como lo somos nosotros mismos.