EN EUROPA, EL DÉFICIT de lo político afecta de modo
principal a las fuerzas de la izquierda por el agotamiento de las fórmulas
socialdemócratas |
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ES MENESTER RECONOCER las dificultades a las que se
enfrentan los sistemas políticos, pero sin vincularlas todas a la idea de
un declive inevitable |
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MICHEL WIEVIORKA - Oct.12/2005
Suele hablarse del declive de lo político, noción susceptible de
aplicarse en numerosas situaciones y en muchos niveles. Y lo cierto es que
siempre que prevalecen la guerra, la violencia, el terrorismo y el
contraterrorismo e incluso ciertas dinámicas comunitaristas de repliegue sobre
sí mismas; siempre que la fuerza y la ruptura prevalecen sobre la negociación
y la invectiva sobre el debate, justo es preocuparse y pasar a hablar de
carencias o crisis políticas. Siempre que la clase política parece alejada de
las expectativas reales de la población y crecen los discursos populistas y
demagógicos a fin de denunciar a las elites y a los fuertes; siempre, asimismo,
que la corrupción parece convertirse en un rasgo importante del funcionamiento
de los sistemas políticos, resulta igualmente justo y legítimo preocuparse del
déficit de lo político. Siempre, en fin, que las posturas opuestas entre los
partidos muestran un tono de artificialidad; que las nociones de izquierda y
derecha parecen confundirse y ya no se sabe muy bien el factor diferenciador -
en la conducción de los asuntos- de las fuerzas de uno y otro lado, conviene
también en este caso plantear la cuestión.
Sin embargo, esta clase de constataciones suele ser acreedora de una atención
matizada, sobre todo cuando suscribe un panorama general de declive o
descomposición de lo político sin mediar matices, ya que este tipo de
propuestas corre peligro de resultar - en el sentido exacto y concreto del
término- reaccionario, dado que en última instancia lo anima la idea de que
las cosas sólo pueden ir de mal en peor y el pasado fue mejor que el presente
y el futuro. Ahora bien, si se toma el trabajo de analizar simplemente los
sistemas políticos vigentes en Europa, cabe advertir de que resulta más
sensato y prudente restringir este diagnóstico y aun corregirlo.
En Europa, el déficit de lo político afecta efectivamente y de modo principal
a las fuerzas de la izquierda, que desde hace unos quince años se ven
constantemente afectadas por dos fenómenos capitales. El primero es la caída
del comunismo, en la URSS y en el imperio soviético, pero también en el oeste
del continente, donde poderosos partidos comunistas combinaban las actitudes
de protesta y de movilización sociopolítica con la gestión política local y
regional, e incluso la participación en la composición de los gobiernos como
pudo observarse en Francia, Portugal, España e Italia. El segundo, mucho más
espinoso, se refiere al agotamiento de las fórmulas socialdemócratas que
garantizaban el nexo entre las exigencias populares y obreras articuladas por
medio de los sindicatos y las asociaciones profesionales y sociales, y el
Estado; fórmulas que encontraban en las instituciones y entidades propias del
Estado de bienestar las posibilidades de realización concreta y visible de tal
vínculo. No obstante, y de manera generalizada, el movimiento obrero ha dejado
de ser la figura principal y central de la acción social, capaz - merced a sus
luchas- de pesar notablemente sobre el cambio político y la propia función de
la sociedad; las instituciones del Estado providencia experimentan una
profunda crisis, aquejadas de falta de recursos para cumplir sus promesas de
solidaridad, igualdad y seguridad o protección social, en tanto que los
partidos políticos que de un modo u otro encarnaban la socialdemocracia se han
visto obligados a transformarse: caso del Partido Laborista en Gran Bretaña
bajo la égida de Tony Blair. De lo contrario, pierden su credibilidad, factor
que los expone a tensiones que no siempre pueden superar; se ven así presa,
por una parte, de dinámicas de signo radical que giran en torno a procesos de
ruptura y de crítica pura y dura de la realidad circundante, y, por otra parte,
de dinámicas de adaptación al mercado y a la economía de signo liberal a cuyo
albur pueden desnaturalizarse...En Alemania, la socialdemocracia acaba de
verse sensiblemente debilitada - factor que no entraña ni mucho menos que la
derecha liberal de Merkel se haya visto reforzada-, sin que haya podido
realmente esclarecer qué senda seguir entre los esfuerzos de reforma y
adaptación modernizadora a la globalización y las expectativas populares que
exigen el mantenimiento del antiguo sistema de protección social. En Francia,
el Partido Socialista experimenta asimismo tensiones desde el éxito del no en
el referéndum sobre el tratado constitucional europeo. Su mayoría actual,
tentada hasta entonces de avanzar en el sentido de la modernización y, por
tanto, de la apertura a la globalización - y que había apelado a votar sí-,
muestra actualmente un discurso inclinado hacia la izquierda, única forma en
su caso de no verse cercenada de aquella parte de sus bases y de su militancia
que dijo no al tratado. Añadamos que la alternativa social, en el ámbito de la
derecha, ante los proyectos socialdemócratas se vio impulsada en el transcurso
del siglo XX por partidos de tipo democristiano, asociados a su vez a
dinámicas cristianas atentas al progreso y la protección social; no obstante,
en toda Europa tales fuerzas presentan un declive notable y la derecha
cristiana retrocede como tal.
Sin embargo, si la socialdemocracia, en tanto que modelo principal en el caso
de la izquierda, se encuentra hoy en crisis, ello obecede a que se encuentra a
su vez y en cierto sentido desbordada desde arriba y desde abajo. Desde arriba,
por el hecho de la globalización, que debilita la capacidad redistributiva de
los estados; desde abajo, por el auge de dos fenómenos complementarios aunque
contradictorios. Por una parte, en efecto, la economía contemporánea se ríe de
los estados y de sus fronteras y debilita las instituciones en beneficio del
dinero, los mercados o el capitalismo financiero. Por otra parte, se aportan
dos respuestas desde abajo precisamente para oponer resistencia a la
influencia de las fuerzas de la economía globalizada. Una de ellas consiste en
anteponer las energías propias de la subjetividad individual y en apelar a los
derechos de la persona sin remitirse necesariamente a las iniciativas y la
dinámica de los partidos políticos, atendiendo en mucha mayor medida a la
fuerza y el valor del derecho y dado el caso de instancias jurídicas; por
ejemplo del tipo de los tribunales supremos o similares. La otra consiste en
identificarse con una identidad colectiva, una cultura, una memoria, una
religión, exigiendo que se las reconozca en la vida pública; factor que
desestabiliza a los partidos políticos tradicionales, que entienden que tales
exigencias son fuente de considerables tensiones internas y cuyas reacciones
suelen traducir una intensa confusión, como puede comprobarse cada vez que se
abordan estas cuestiones, por ejemplo en el asunto del velo islámico o del
crucifijo en la escuela, que zarandean periódicamente países como Francia,
Alemania, Bélgica o Italia.
Además, los sistemas políticos no sólo se tambalean a tres niveles - en su
funcionamiento tradicional, por efecto de la globalización y por el auge de
las iniciativas individuales o colectivas-, sino que además se ven cuarteados
por las tendencias a la reorganización o reinvención de lo político desde
arriba y desde abajo. Desde arriba, mediante el inicio de globalización de las
luchas sociales a cargo sobre todo de los protagonistas de la globalización
alternativa, los intentos de promover una justicia internacional o las formas
supranacionales de regulación de la economía; en el caso de Europa, mediante
los esfuerzos de organizar la Unión Europea dándole una dimensión más
claramente política que en el pasado. Desde abajo, mediante diversas formas de
democracia participativa a escala local acompañadas de las múltiples variantes
de regionalización o interrelación entre los países.
Es menester, pues, reconocer las inmensas dificultades a las que se enfrentan
los sistemas políticos europeos, pero sin vincularlas todas a la idea de un
declive inevitable; de hecho, se hallan también en marcha diversas formas de
recomposición de lo político. Ya no estamos en la época de las grandes purgas
neoliberales, y cabe desear que nuevos proyectos e ideas insuflen ímpetu
renovado a actores políticos capaces de relanzar los modelos del Estado
providencia sin dejar de adaptarse a los cambios y desafíos que amplían sin
duda el ámbito clásico de lo político, tanto hacia arriba como hacia abajo.
MICHEL WIEVIORKA
Profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París
Traducción: José María Puig de la Bellacasa