¿Cuál es el plan del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba?
- Juan Antonio Blanco
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¿Cuál es el plan del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba?
12 Apr 2016 17:58
El próximo 16 de abril —aniversario del día en que oficialmente la revolución cubana fue declarada socialista— comenzará el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC).
Estos eventos no deciden nada, solo apoyan los acuerdos ya cocinados por apenas un centenar de personas. La puesta en escena da visos de legitimidad a la voluntad incontestable de la elite de poder.
Las opiniones de 700.000 militantes, y las de más de 11 millones de ciudadanos, no cuentan en la práctica. Pero siempre se ha pretendido que su voluntad se ausculta, cuando se someten a discusión algunos de los documentos que luego pasan a ser considerados por los delegados al evento. Esta vez, ese no ha sido el caso.
Un gran secretismo ha rodeado los preparativos de esta nueva función del teatro socialista cubano. Solo sabemos que de los más de 300 "lineamientos" adoptados por el congreso anterior, se ha cumplido el 21% de ellos. Nada se ha dicho ahora sobre el plan del próximo quinquenio ni acerca del supuesto nuevo modelo de "socialismo sustentable" que dicen haber elaborado. Algo huele mal en La Habana y no es un queso danés.
Pasemos revista a algunos dilemas que enfrenta la elite de poder cubana:
El tema omnipresente del VII Congreso del PCC —sea en forma abierta o subliminal— es cómo va a organizarse la ya inevitable tercera Cuba, y cuál es el plan para controlar esa transformación sin perder las riendas del poder. La opción más probable sería la del capitalismo de Estado autoritario. Ese camino pueden conjugarlo con la presión por levantar el embargo. Si se deciden a ello, pudieran hacer cuatro cosas: a) una gigantesca "piñata" con las empresas estatales disfrazándolas de cooperativas privadas para exceptuarlas de las sanciones del embargo; b) pasar el cargo ornamental de jefe de Estado a alguien que no lleve el apellido Castro (como fue antes el caso con Osvaldo Dorticós) para cumplir formalmente con esa cláusula de la Ley Helms-Burton c) hacer modificaciones secundarias al sistema electoral del irrelevante Poder Popular para proclamar que han democratizado el sistema político; y d) remplazar la inepta burocracia por una tecnocracia obediente, que sea además eficiente, para poder administrar una economía con mercado.
En resumen: Después de diez años de haber sustituido a su hermano, a Raúl Castro se le ha agotado el juego de hacer reformas que no cambien la esencia del sistema. La técnica de aparentar que se avanza, cuando a veces incluso se retrocede —como el moon walking de Michael Jackson— ya no le funciona. No la compra el ciudadano de a pie, y tampoco los empresarios que, ilusionados, visitan la Isla para luego retirarse sin invertir un centavo al constatar de cerca la realidad cubana.
También se ha agotado el mito de que "el pobre Raúl" no puede hacer lo que quisiera, porque un ala conservadora dirigida por su hermano lo controla o depondría. En el trascurso de una década los raulistas han completado el desplazamiento de los fidelistas en todas las palancas del poder y de la propia elite. Hoy Raúl no hace lo que, simplemente, no quiere hacer.
La gran transformación que sí ha ocurrido en Cuba —clave además— es la de la subjetividad nacional. Muchos de los hombres y mujeres que se vistieron de milicianos aquella mañana de 16 de abril de 1961 viven hoy la frustración de su apoyo a aquella estafa, y a los más jóvenes no les interesa escuchar supuestas glorias pasadas.
El comunismo cubano no ha perdido el poder político, pero hoy carece del poder de vender ilusiones. Más allá de cualquier otra consideración, esa es su principal vulnerabilidad. Si en 1961 se presentaba como vehículo para el cambio y heraldo del porvenir, hoy es percibido como el obstáculo para alcanzar la prosperidad con libertad. Ese es su desafío central en este congreso.
Estos eventos no deciden nada, solo apoyan los acuerdos ya cocinados por apenas un centenar de personas. La puesta en escena da visos de legitimidad a la voluntad incontestable de la elite de poder.
Las opiniones de 700.000 militantes, y las de más de 11 millones de ciudadanos, no cuentan en la práctica. Pero siempre se ha pretendido que su voluntad se ausculta, cuando se someten a discusión algunos de los documentos que luego pasan a ser considerados por los delegados al evento. Esta vez, ese no ha sido el caso.
Un gran secretismo ha rodeado los preparativos de esta nueva función del teatro socialista cubano. Solo sabemos que de los más de 300 "lineamientos" adoptados por el congreso anterior, se ha cumplido el 21% de ellos. Nada se ha dicho ahora sobre el plan del próximo quinquenio ni acerca del supuesto nuevo modelo de "socialismo sustentable" que dicen haber elaborado. Algo huele mal en La Habana y no es un queso danés.
Pasemos revista a algunos dilemas que enfrenta la elite de poder cubana:
- La inevitabilidad de enfrentar una crisis financiera a corto plazo. El modelo de negocios de esa corporación privada que en abril 16 de 1961 fue públicamente registrada como "Revolución Socialista" —basado en la dependencia financiera y comercial de algún mecenas externo— está abocado a una crisis. Caiga o no el régimen chavista, la economía de Venezuela está en ruinas.
- La quiebra generacional del pacto renuente e implícito entre el poder y la población. A cambio de resignarse a carecer de derechos políticos, civiles y económicos, el Estado se encargaba de proporcionar un sistema de empleo, salud y educación universales. Pero sin tarjeta de crédito soviética o venezolana no puede sostenerse ese arreglo. La gente no cuenta ya al desvencijado sistema de educación y salud entre los "logros alcanzados", y el empleo estatal está sometido a creciente racionalización. Viven tres generaciones en las mismas casas destartaladas, con problemas de agua, alcantarillado, transporte, salarios miserables y pensiones paupérrimas, deficiente alimentación y un largo etcétera. Los viejos se sienten defraudados y los jóvenes no se dejan seducir por las mismas ilusiones que compraron sus padres y abuelos. No sueñan con "construir el socialismo", sino con una balsa para escapar de la Isla.
- La necesidad de sustituir el actual régimen de gobernabilidad por otro que resulte económicamente eficiente. Es evidente que los Castro no optarían por un mercado libre y un sistema político democrático. Si se deciden a mover ficha tendrían que elegir de un menú de capitalismos autoritarios de diverso tipo, como los de Rusia, China, Vietnam o Singapur.
- El inicio de una nueva etapa histórica. La trayectoria de la Cuba poscolonial se divide hoy en dos historias de media duración casi idénticas. La primera Cuba nació en 1902 y su muerte oficial fue decretada precisamente aquel 16 de abril de 1961. Estuvo basada en un sistema de democracia liberal y mercado. Alcanzó niveles de modernidad, desarrollo social y crecimiento económico muy superiores a los del resto de la región e incluso al de algunos países europeos.
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El tema omnipresente del VII Congreso del PCC —sea en forma abierta o subliminal— es cómo va a organizarse la ya inevitable tercera Cuba, y cuál es el plan para controlar esa transformación sin perder las riendas del poder. La opción más probable sería la del capitalismo de Estado autoritario. Ese camino pueden conjugarlo con la presión por levantar el embargo. Si se deciden a ello, pudieran hacer cuatro cosas: a) una gigantesca "piñata" con las empresas estatales disfrazándolas de cooperativas privadas para exceptuarlas de las sanciones del embargo; b) pasar el cargo ornamental de jefe de Estado a alguien que no lleve el apellido Castro (como fue antes el caso con Osvaldo Dorticós) para cumplir formalmente con esa cláusula de la Ley Helms-Burton c) hacer modificaciones secundarias al sistema electoral del irrelevante Poder Popular para proclamar que han democratizado el sistema político; y d) remplazar la inepta burocracia por una tecnocracia obediente, que sea además eficiente, para poder administrar una economía con mercado.
En resumen: Después de diez años de haber sustituido a su hermano, a Raúl Castro se le ha agotado el juego de hacer reformas que no cambien la esencia del sistema. La técnica de aparentar que se avanza, cuando a veces incluso se retrocede —como el moon walking de Michael Jackson— ya no le funciona. No la compra el ciudadano de a pie, y tampoco los empresarios que, ilusionados, visitan la Isla para luego retirarse sin invertir un centavo al constatar de cerca la realidad cubana.
También se ha agotado el mito de que "el pobre Raúl" no puede hacer lo que quisiera, porque un ala conservadora dirigida por su hermano lo controla o depondría. En el trascurso de una década los raulistas han completado el desplazamiento de los fidelistas en todas las palancas del poder y de la propia elite. Hoy Raúl no hace lo que, simplemente, no quiere hacer.
La gran transformación que sí ha ocurrido en Cuba —clave además— es la de la subjetividad nacional. Muchos de los hombres y mujeres que se vistieron de milicianos aquella mañana de 16 de abril de 1961 viven hoy la frustración de su apoyo a aquella estafa, y a los más jóvenes no les interesa escuchar supuestas glorias pasadas.
El comunismo cubano no ha perdido el poder político, pero hoy carece del poder de vender ilusiones. Más allá de cualquier otra consideración, esa es su principal vulnerabilidad. Si en 1961 se presentaba como vehículo para el cambio y heraldo del porvenir, hoy es percibido como el obstáculo para alcanzar la prosperidad con libertad. Ese es su desafío central en este congreso.
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- Pedro S. Campos
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Re: ¿Cuál es el plan del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba?
18 Apr 2016 18:40
Seguimos con un “Socialismo” sin democratización ni socialización.
El informe central al VII Congreso del PCC es concluyente: la elite burocrática que administra el PCC, el gobierno y el estado pretende que el pueblo cubano siga viviendo bajo los cánones del modelo económico-político y social de capitalismo monopolista de Estado, cargado de populismo y paternalismo, instaurado en nombre de un “socialismo” que todo el mundo sabe fracasado.
Sus esencias, la propiedad estatal sobre los medios de producción, el control centralizado de los recursos y el partido único sin opciones democráticas, acaban de ser ratificadas por el General Raúl Castro.
La llamada “conceptualización, como la “actualización” y los “lineamientos” no han sido más que adaptaciones a la ausencia de la figura que encarnaba el modelo populista-paternalista, la falta de un claro soporte económico internacional luego de la caída de la URSS y el “campo socialista”, el desgaste natural del esquema y su pérdida de apoyo y el acercamiento al “enemigo histórico” del que esperan el cabo salvador.
Para la dirección permanente hay que seguir abriendo espacio a la propiedad privada, en pequeñas y medianas empresas, pero bien limitado y controlado. En cambio hay que seguir experimentando con las cooperativas no agropecuarias, semi-estatales, de manera que el cooperativismo auténtico e independiente tiene que seguir esperando. Nadie fuera de la burocracia estatal puede concentrar riquezas.
Aun cuando Raúl Castro reconoce que ni el cooperativismo ni el cuentapropismo son contrarrevolucionarios ni anti-socialistas, su visión de que el apoyo externo a los emprendedores es actividad enemiga, solo evidencia la concepción estado céntrica y antidemocrática sobre la economía de la dirección del PCC y su oposición a esas formas de producción. Interesante: no piensa igual de la amplia inversión extranjera en los negocios de la burocracia.
Ni una palabra de la participación de los trabajadores en la dirección, gestión y las ganancias en las empresas estatales: Tema tabú. Los asalariados explotados por el estado seguirán dependiendo de sueldos decididos por la burocracia que seguirá apropiándose de todas las ganancias y plusvalías para “garantizar salud y educación para todos”.
Tampoco ni una palabra sobre la descentralización del presupuesto y las autonomías municipales.
Igual, según el discurso, solo el actual Partido Comunista es el único capaz de garantizar la independencia, la revolución y el socialismo que nunca ha sabido cómo hacer. Es la consecuencia de identificar revolución, socialismo y país con el partido y su dirección. No importa que haya convertido la palabra socialismo en un vocablo despreciable para una gran parte de la población y que esté jugando con la anexión virtual, al buscar la salvación de su economía en el turismo y las inversiones provenientes de EEUU.
Tampoco importa que ese partido haya impedido el empoderamiento de los trabajadores, que haya dejado al marabú la mitad de las tierras, haya sido incapaz de garantizar la alimentación en un país agrícola, que haya destruido la industria azucarera y desindustrializado el país, que haya ejercido la exclusión o la represión del pensamiento diferente, incluso de izquierda, a intelectuales de pensamiento libre, a homosexuales, religiosos, negros y mestizos y no habaneros.
Según esos criterios no puede haber otros partidos ni demócratas, ni socialistas tampoco, no puede haber libertad de asociación, ni por tanto libertad para defender organizadamente un pensamiento diferente al de la actual dirección. No puede haber en definitiva democracia para nadie que no sea del PCC.
No podemos compartir esos criterios quienes creemos que el centralismo- estatalista- asalariado, nada tiene que ver con la democracia y el socialismo, quienes no admitimos la imposición de ningún pensamiento único, quienes creemos que todos los cubanos, no importa su ideología, religión, preferencia sexual, procedencia social o regional, color de la piel, tienen todos los derechos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y sus Pactos.
El Presidente Raúl Castro puede no haberse dado cuenta, pero este discurso es un “cubo de agua helada” sobre las pocas expectativas de apertura y cambio generadas con el acercamiento a EEUU y en lugar de estimular a la juventud emprendedora a quedarse y desarrollar a Cuba, puede generar un mayor drenaje de jóvenes y profesionales; y en vez de estimular la inversión extranjera, inhibirla y endurecer el embargo.
Los socialistas democráticos hemos explicado hasta la saciedad: no hay socialismo sin democratización de la política ni socialización de la economía. En este discurso se rechazan ambos conceptos.
Pero no hay que hacerle el juego a la intransigencia, ni caer en provocaciones, enfrentamientos, ni en ningún tipo de violencia.
La lucha por la democracia y el socialismo, por vías afines, continúa.
El informe central al VII Congreso del PCC es concluyente: la elite burocrática que administra el PCC, el gobierno y el estado pretende que el pueblo cubano siga viviendo bajo los cánones del modelo económico-político y social de capitalismo monopolista de Estado, cargado de populismo y paternalismo, instaurado en nombre de un “socialismo” que todo el mundo sabe fracasado.
Sus esencias, la propiedad estatal sobre los medios de producción, el control centralizado de los recursos y el partido único sin opciones democráticas, acaban de ser ratificadas por el General Raúl Castro.
La llamada “conceptualización, como la “actualización” y los “lineamientos” no han sido más que adaptaciones a la ausencia de la figura que encarnaba el modelo populista-paternalista, la falta de un claro soporte económico internacional luego de la caída de la URSS y el “campo socialista”, el desgaste natural del esquema y su pérdida de apoyo y el acercamiento al “enemigo histórico” del que esperan el cabo salvador.
Para la dirección permanente hay que seguir abriendo espacio a la propiedad privada, en pequeñas y medianas empresas, pero bien limitado y controlado. En cambio hay que seguir experimentando con las cooperativas no agropecuarias, semi-estatales, de manera que el cooperativismo auténtico e independiente tiene que seguir esperando. Nadie fuera de la burocracia estatal puede concentrar riquezas.
Aun cuando Raúl Castro reconoce que ni el cooperativismo ni el cuentapropismo son contrarrevolucionarios ni anti-socialistas, su visión de que el apoyo externo a los emprendedores es actividad enemiga, solo evidencia la concepción estado céntrica y antidemocrática sobre la economía de la dirección del PCC y su oposición a esas formas de producción. Interesante: no piensa igual de la amplia inversión extranjera en los negocios de la burocracia.
Ni una palabra de la participación de los trabajadores en la dirección, gestión y las ganancias en las empresas estatales: Tema tabú. Los asalariados explotados por el estado seguirán dependiendo de sueldos decididos por la burocracia que seguirá apropiándose de todas las ganancias y plusvalías para “garantizar salud y educación para todos”.
Tampoco ni una palabra sobre la descentralización del presupuesto y las autonomías municipales.
Igual, según el discurso, solo el actual Partido Comunista es el único capaz de garantizar la independencia, la revolución y el socialismo que nunca ha sabido cómo hacer. Es la consecuencia de identificar revolución, socialismo y país con el partido y su dirección. No importa que haya convertido la palabra socialismo en un vocablo despreciable para una gran parte de la población y que esté jugando con la anexión virtual, al buscar la salvación de su economía en el turismo y las inversiones provenientes de EEUU.
Tampoco importa que ese partido haya impedido el empoderamiento de los trabajadores, que haya dejado al marabú la mitad de las tierras, haya sido incapaz de garantizar la alimentación en un país agrícola, que haya destruido la industria azucarera y desindustrializado el país, que haya ejercido la exclusión o la represión del pensamiento diferente, incluso de izquierda, a intelectuales de pensamiento libre, a homosexuales, religiosos, negros y mestizos y no habaneros.
Según esos criterios no puede haber otros partidos ni demócratas, ni socialistas tampoco, no puede haber libertad de asociación, ni por tanto libertad para defender organizadamente un pensamiento diferente al de la actual dirección. No puede haber en definitiva democracia para nadie que no sea del PCC.
No podemos compartir esos criterios quienes creemos que el centralismo- estatalista- asalariado, nada tiene que ver con la democracia y el socialismo, quienes no admitimos la imposición de ningún pensamiento único, quienes creemos que todos los cubanos, no importa su ideología, religión, preferencia sexual, procedencia social o regional, color de la piel, tienen todos los derechos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y sus Pactos.
El Presidente Raúl Castro puede no haberse dado cuenta, pero este discurso es un “cubo de agua helada” sobre las pocas expectativas de apertura y cambio generadas con el acercamiento a EEUU y en lugar de estimular a la juventud emprendedora a quedarse y desarrollar a Cuba, puede generar un mayor drenaje de jóvenes y profesionales; y en vez de estimular la inversión extranjera, inhibirla y endurecer el embargo.
Los socialistas democráticos hemos explicado hasta la saciedad: no hay socialismo sin democratización de la política ni socialización de la economía. En este discurso se rechazan ambos conceptos.
Pero no hay que hacerle el juego a la intransigencia, ni caer en provocaciones, enfrentamientos, ni en ningún tipo de violencia.
La lucha por la democracia y el socialismo, por vías afines, continúa.
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- Gerardo E. Martínez-Solanas
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Re: El plan del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba
18 Apr 2016 19:34 - 21 Apr 2016 21:36
Aconsejo, aún a los opositores más radicales, que lean el discurso de inauguración del Congreso del PCC, pronunciado por Raúl Castro (pueden leerlo →
AQUÍ
), antes de emitir opiniones o hacer algún análisis.
Las predicciones de Juan Antonio en el aporte original ya anticiparon el inmovilismo de la dictadura cubana, que no tiene la más remota intención de dialogar y ni siquiera reconocer a las fuerzas democráticas que aspiran a ser parte activa en la política del país. El discurso del General Castro es muy largo y bastante cansón, pero se nota que Pedro se tomó el trabajo de leerlo y debemos agradecerle su incisivo análisis.
Como Pedro vive en Cuba, tiene que ser muy discreto en sus opiniones. Por tanto, es oportuno y pertinente subrayar en este debate la irrevocable posición intransigente del gobierno cubano y de los testaferros del PCC cuando Raúl Castro hace hincapié en que: "Debo resaltar que en el alcance de estos cambios constitucionales propondremos ratificar el carácter irrevocable del sistema político y social refrendado en la actual Constitución, que incluye el papel dirigente del Partido Comunista de Cuba en nuestra sociedad". Seguidamente cita el Artículo 5 de la Constitución que establece la supremacía absoluta del Partido en la forja de los destinos de Cuba. Y reitera que "no debe pretenderse que Cuba renuncie a los principios de la Revolución ni realice concesiones".
Apuntala también el monolito unipartidista de su gobierno con el siguiente argumento: "La unidad del pueblo en torno al Partido, su profundo patriotismo y cultura política, que nos permitieron enfrentar la política de agresión y hostilidad, servirá de escudo para vencer cualquier intento de socavar el espíritu revolucionario de los cubanos."
Más adelante, reafirma su apoyo a las fuerzas revolucionarias en América y el resto del mundo, como ya es proverbial en la política del régimen cubano: "Abrigamos la firme convicción de que el pueblo venezolano defenderá el legado del querido compañero Hugo Chávez Frías e impedirá el desmantelamiento de los logros alcanzados. A la Revolución Bolivariana y Chavista, al Presidente Maduro y su gobierno, a la unión cívico-militar del pueblo venezolano, les ratificamos nuestra solidaridad y compromiso", y sigue diciendo unos segundos despues que "reafirmamos el apoyo decidido a todos los gobiernos revolucionarios", como para que no quede duda alguna de su posición radical.
Todas las demás consideraciones de cambio y transformación son superfluas, porque el "cambio", la "transformación", son inevitables en todas las cosas. Nada permanece estático. La cuestión es comprender la naturaleza de esos cambios, que en Cuba no representan para el régimen una revisión política ni una reconciliación con su pueblo para permitir la diversidad de opiniones y aspiraciones propias de toda comunidad civilizada. En otras palabras, la dictadura "cambia", "evoluciona", pero sigue siendo una dictadura.
Las predicciones de Juan Antonio en el aporte original ya anticiparon el inmovilismo de la dictadura cubana, que no tiene la más remota intención de dialogar y ni siquiera reconocer a las fuerzas democráticas que aspiran a ser parte activa en la política del país. El discurso del General Castro es muy largo y bastante cansón, pero se nota que Pedro se tomó el trabajo de leerlo y debemos agradecerle su incisivo análisis.
Como Pedro vive en Cuba, tiene que ser muy discreto en sus opiniones. Por tanto, es oportuno y pertinente subrayar en este debate la irrevocable posición intransigente del gobierno cubano y de los testaferros del PCC cuando Raúl Castro hace hincapié en que: "Debo resaltar que en el alcance de estos cambios constitucionales propondremos ratificar el carácter irrevocable del sistema político y social refrendado en la actual Constitución, que incluye el papel dirigente del Partido Comunista de Cuba en nuestra sociedad". Seguidamente cita el Artículo 5 de la Constitución que establece la supremacía absoluta del Partido en la forja de los destinos de Cuba. Y reitera que "no debe pretenderse que Cuba renuncie a los principios de la Revolución ni realice concesiones".
Apuntala también el monolito unipartidista de su gobierno con el siguiente argumento: "La unidad del pueblo en torno al Partido, su profundo patriotismo y cultura política, que nos permitieron enfrentar la política de agresión y hostilidad, servirá de escudo para vencer cualquier intento de socavar el espíritu revolucionario de los cubanos."
Más adelante, reafirma su apoyo a las fuerzas revolucionarias en América y el resto del mundo, como ya es proverbial en la política del régimen cubano: "Abrigamos la firme convicción de que el pueblo venezolano defenderá el legado del querido compañero Hugo Chávez Frías e impedirá el desmantelamiento de los logros alcanzados. A la Revolución Bolivariana y Chavista, al Presidente Maduro y su gobierno, a la unión cívico-militar del pueblo venezolano, les ratificamos nuestra solidaridad y compromiso", y sigue diciendo unos segundos despues que "reafirmamos el apoyo decidido a todos los gobiernos revolucionarios", como para que no quede duda alguna de su posición radical.
Todas las demás consideraciones de cambio y transformación son superfluas, porque el "cambio", la "transformación", son inevitables en todas las cosas. Nada permanece estático. La cuestión es comprender la naturaleza de esos cambios, que en Cuba no representan para el régimen una revisión política ni una reconciliación con su pueblo para permitir la diversidad de opiniones y aspiraciones propias de toda comunidad civilizada. En otras palabras, la dictadura "cambia", "evoluciona", pero sigue siendo una dictadura.
Last edit: 21 Apr 2016 21:36 by Gerardo E. Martínez-Solanas.
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- René Gómez Manzano
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Re: ¿Cuál es el plan del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba?
21 Apr 2016 21:33
Nada nuevo augura el inmovilismo del actual VII Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Efectivamente, el Informe Central del general-presidente-primer secretario Raúl Castro al VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), así como las restantes informaciones que han ido conociéndose sobre el desarrollo de esa reunión, han ratificado la línea inmovilista que hacían prefigurar las numerosas entregas del periodiquito Granma que antecedieron a su inicio.
Durante semanas, el referido órgano oficial del régimen cubano se dedicó a destacar, en su primera plana, declaraciones y pronunciamientos diversos del fundador de la dinastía, las cuales tienen una antigüedad de decenios. Baste, como botón de muestra, el titular del 29 de marzo: “El papel esencial del Partido como vanguardia de la Revolución”. Se refiere a un discurso del “Comandante en Jefe” de octubre de 1964.
La alocución leída ahora por el menor de ambos hermanos, encaja a la perfección dentro de ese guión de continuismo a ultranza. Nada ha hecho que la envejecida “dirigencia histórica” cambie su línea. Ni siquiera la impresionante reducción en el número de militantes del partido único: de “cerca de 800 mil” en tiempos del anterior (VI) Congreso a sólo “más de 670 mil”, según acaba de expresar el propio General de Ejército.
Este dato es importante y elocuente. La pertenencia al partido gobernante implica posibilidades, ventajas y prebendas de todo tipo para quien la disfruta. En ese contexto, la disminución de esa membresía en un quince por ciento, en sólo un lustro decursado entre ambos congresos, debería provocar una fundada preocupación en el seno de su dirigencia.
No ha sido así, sin embargo. El orador, tras brindar la cifra, se limitó a argumentar con indiferencia que ello “está influenciado por la negativa dinámica demográfica que afrontamos, el efecto de una política restrictiva de crecimiento desde el año 2004 y las insuficiencias propias en el trabajo de captación, retención y motivación del potencial de militantes”.
¡Colorido eufemismo el de esta última frase! Bonita forma de referirse a la renuencia a incorporarse a sus filas, o a mantenerse en ellas, de quienes se supone que sean los partidarios más fervientes del régimen. ¿No habrá influido en esa repulsa el hecho de que ni siquiera todos los militantes pudieron elegir libremente a quienes los representan en su congreso? Ese es un privilegio que sólo correspondió a los secretarios de núcleos, quienes, para colmo, tuvieron que votar a mano alzada…
Y es a ese movimiento político apagado y disminuido al que su actual Primer Secretario, en uno de los pasajes más importantes de su Informe Central, propone mantener como único partido, a lo cual agrega la frase: “y a mucha honra”. Es de esa forma que el dirigente desafía las demandas que “desde casi todas partes del planeta” (según confesión propia) se dirigen al régimen para que abandone esa política de unipartidismo a ultranza.
El inmovilismo del orador llegó al extremo de plantear, en un pasaje improvisado de su alocución que no aparece reflejado en la versión escrita del Granma, que el artículo correspondiente de la Constitución mantuviese incluso el mismo número 5 que ahora tiene.
Esa peculiar respuesta se antoja aún más contraproducente si tenemos en cuenta que la alternativa del castrismo no era modificar el precepto para sustituirlo —digamos— por las palabras de la carta magna democrática de 1940: “Es libre la formación de partidos y organizaciones políticas”.
Por ahora, habría bastado con no aludir a esa cuestión y, llegado el momento de reformar la Constitución, hubiera resultado suficiente la derogación de ese precepto. Esto no habría implicado el cese automático del unipartidismo actual, pero hubiera representado una pequeña mueca, un guiñito dirigido a aquellos que, en el extranjero, ansían que el régimen haga algún cambio, siquiera diminuto, que justifique sus nuevas políticas conciliadoras hacia el castrismo.
Con este portazo en la cara que han recibido, habrá que ver cómo reaccionarán. ¿Se declararán frustrados? Parece poco probable. Corresponde al pueblo cubano (incluyendo a los militantes descontentos del único partido legal) realizar los cambios que el país necesita. Sin confiar en dudosos apoyos extranjeros.
Efectivamente, el Informe Central del general-presidente-primer secretario Raúl Castro al VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), así como las restantes informaciones que han ido conociéndose sobre el desarrollo de esa reunión, han ratificado la línea inmovilista que hacían prefigurar las numerosas entregas del periodiquito Granma que antecedieron a su inicio.
Durante semanas, el referido órgano oficial del régimen cubano se dedicó a destacar, en su primera plana, declaraciones y pronunciamientos diversos del fundador de la dinastía, las cuales tienen una antigüedad de decenios. Baste, como botón de muestra, el titular del 29 de marzo: “El papel esencial del Partido como vanguardia de la Revolución”. Se refiere a un discurso del “Comandante en Jefe” de octubre de 1964.
La alocución leída ahora por el menor de ambos hermanos, encaja a la perfección dentro de ese guión de continuismo a ultranza. Nada ha hecho que la envejecida “dirigencia histórica” cambie su línea. Ni siquiera la impresionante reducción en el número de militantes del partido único: de “cerca de 800 mil” en tiempos del anterior (VI) Congreso a sólo “más de 670 mil”, según acaba de expresar el propio General de Ejército.
Este dato es importante y elocuente. La pertenencia al partido gobernante implica posibilidades, ventajas y prebendas de todo tipo para quien la disfruta. En ese contexto, la disminución de esa membresía en un quince por ciento, en sólo un lustro decursado entre ambos congresos, debería provocar una fundada preocupación en el seno de su dirigencia.
No ha sido así, sin embargo. El orador, tras brindar la cifra, se limitó a argumentar con indiferencia que ello “está influenciado por la negativa dinámica demográfica que afrontamos, el efecto de una política restrictiva de crecimiento desde el año 2004 y las insuficiencias propias en el trabajo de captación, retención y motivación del potencial de militantes”.
¡Colorido eufemismo el de esta última frase! Bonita forma de referirse a la renuencia a incorporarse a sus filas, o a mantenerse en ellas, de quienes se supone que sean los partidarios más fervientes del régimen. ¿No habrá influido en esa repulsa el hecho de que ni siquiera todos los militantes pudieron elegir libremente a quienes los representan en su congreso? Ese es un privilegio que sólo correspondió a los secretarios de núcleos, quienes, para colmo, tuvieron que votar a mano alzada…
Y es a ese movimiento político apagado y disminuido al que su actual Primer Secretario, en uno de los pasajes más importantes de su Informe Central, propone mantener como único partido, a lo cual agrega la frase: “y a mucha honra”. Es de esa forma que el dirigente desafía las demandas que “desde casi todas partes del planeta” (según confesión propia) se dirigen al régimen para que abandone esa política de unipartidismo a ultranza.
El inmovilismo del orador llegó al extremo de plantear, en un pasaje improvisado de su alocución que no aparece reflejado en la versión escrita del Granma, que el artículo correspondiente de la Constitución mantuviese incluso el mismo número 5 que ahora tiene.
Esa peculiar respuesta se antoja aún más contraproducente si tenemos en cuenta que la alternativa del castrismo no era modificar el precepto para sustituirlo —digamos— por las palabras de la carta magna democrática de 1940: “Es libre la formación de partidos y organizaciones políticas”.
Por ahora, habría bastado con no aludir a esa cuestión y, llegado el momento de reformar la Constitución, hubiera resultado suficiente la derogación de ese precepto. Esto no habría implicado el cese automático del unipartidismo actual, pero hubiera representado una pequeña mueca, un guiñito dirigido a aquellos que, en el extranjero, ansían que el régimen haga algún cambio, siquiera diminuto, que justifique sus nuevas políticas conciliadoras hacia el castrismo.
Con este portazo en la cara que han recibido, habrá que ver cómo reaccionarán. ¿Se declararán frustrados? Parece poco probable. Corresponde al pueblo cubano (incluyendo a los militantes descontentos del único partido legal) realizar los cambios que el país necesita. Sin confiar en dudosos apoyos extranjeros.
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