MI SALIDA DE CUBA
Cumplidos con el catálogo de trámites burocráticos, se autorizó mi salida de Cuba sin acompañantes, fijada para el domingo 17 de septiembre de 1961 en un vuelo de Pan American Airways que saldría del Aeropuerto Internacional José Martí a las 4 de la tarde, con destino a la ciudad de Miami. Ese día en compañía de mis padres llegue al aeropuerto a las 8 am, como se nos había ordenado. Verificado el chequeo de pasajeros, entre los cuales se contaban otros ocho niños que al igual que yo viajaban sin acompañantes (36), pasamos a la sala de embarque que daba a la pista de aterrizaje.
Antes de entrar a la sala mi madre Leila, me dio un abrazo y un beso y con lágrimas en los ojos me dijo “nos vemos muy pronto”. Por su parte, mi padre me abrazó y me recordó que cuando me pidieran mi pasaporte en el aeropuerto de Miami, le dijera al funcionario “I have a Visa”. Al pasar a la sala de embarque fui testigo y objeto de ofensas y humillaciones por los milicianos que controlaban a los pasajeros, quienes se referían a nosotros como “gusanos”, término despectivo del léxico revolucionario que identificaba a quienes se oponían a la Revolución. (37)
Durante las 6 horas de espera para que llegara el vuelo de Pan American, los milicianos revisaron nuestros equipajes una y otra vez (38) y a la personas mayores las desnudaban y revisaban con humillante saña, especialmente con las mujeres. En aquellos años los peinados femeninos eran estructurados y llamados “peinados floreros” por la forma de altos copetes que tenían. Como una manifestación más de ignominia, a las pasajeras les introducían las manos en los copetes de cabello para asegurarse que no llevaran dentro joyas o dinero escondido. Durante las de 6 horas que estuve en la sala de embarque me acercaba a la pared de vidrio que me separaba de mis padres y ponía mi mano sobre la mano de mi madre, quien me sonreía escondiendo su dolor.
Finalmente el avión de Pan American aterrizó y se detuvo en la pista frente a nosotros, causando un silencioso júbilo que se expresaba con sonrisas y lágrimas. Pero la maldad no había terminado. El miliciano a cargo ordenó a los gusanos que nos pusiéramos en dos filas - hombres en una y mujeres y niños en otra - para el último chequeo. Terminado el proceso se nos informó que no abordaríamos el avión hasta que un pasajero que llevaba con él algo que le pertenecía al pueblo lo entregara voluntariamente. A esa advertencia le siguió un cruce de miradas inquisitivas hasta que un señor mayor salió de la fila y parado frente al miliciano se bajó los pantalones y procedió a quitarse una prótesis de madera que llevaba como pierna.
Esa escena conmovió inclusive a dos de los milicianos quienes sostuvieron al señor para que no se desplomara pues estaba apoyado en una sola pierna. De seguido lo llevaron hasta la escalerilla del avión para ser subido a bordo cargado por el piloto y copiloto. Antes de salir a la pista para abordar el avión miré a mis padres y les dije adiós con la dos manos. No los volvería a ver hasta junio de 1964 cuando ellos tambien salieron de Cuba, para nunca más volver. Cuando el avión despegó ví por la ventanilla a mi Cuba alejarse por primera vez en mi corta vida. El silencio que imperaba en la cabina tras el despegue era absoluto. Transcurridos unos 15 minutos de vuelo, el capitán de la aeronave habló por el altavoz y dijo en español, “Señoras y señores, volamos sobre aguas internacionales. ¡Bienvenidos a la libertad!”, lo que obtuvo como respuesta gritos de ¡Viva Cuba Libre! ¡Abajo el Comunismo!
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